No es lo mismo el enamoramiento que el amor.
El amor es del orden de un acontecimiento
y el enamora-miento un relejo narcisista.
El enamoramiento puede ser el comienzo…
Y también el fin del amor.
Efecto ilusorio de complementariedad y completitud.
Pero ese instante es fugaz.
Se hará necesario ir más allá de la ilusión.
La pregunta por el amor siempre nos convoca, y tiene un sentido muy especial en la vida de nuestros analizantes.
La clave es pensar su punto de imposibilidad.
Bien sabemos que se ama desde un núcleo inconsciente y eso es precisamente lo que le aporta el sello de repetición.
La imposibilidad a la que hago referencia tiene que ver con que no es posible encontrar en el otro el complemento.
¿Qué podemos aportar los psicoanalistas a la problemática que encierra el amor?
Les propongo partir desde un primer aforismo lacaniano acerca del amor: Amar es dar lo que no se tiene.
Esta afirmación se presenta como un imposible lógico, y traza una dimensión enigmática y plantea una cuestión paradojal.
El amor implica cierta ambigüedad.
¿Qué es aquello que se da en el amor?
Precisamente eso que nos falta, nuestro deseo.
Aquello que nos constituye como sujetos, en falta, con heridas y cicatrices, pero ¿quién querría besar una cicatriz?
Las formas de amor que la neurosis construye, convoca a que los analistas alcemos la voz ante aquello que golpea la puerta de nuestros consultorios y que se trata de sujetos que desesperadamente buscan su completud.
Ese amor cortés, o inmaculado, místico o el incondicional. El que encierra todo tipo de sacrificios y sufrimientos, el que se ofrece sin querer a humillaciones, celos, reclamos, a pasiones descontroladas,
ferocidades, ausencias, caprichos, intensidades que no encuentran regulación y tejen su trama en el control, la dominación, la sumisión, en cierto punto son modos de escaparle al amor.
Porque no lo realizan, sino que se juegan en la ilusión de tener todoamor.
El sujeto busca a su otra mitad, pero es una mitad inherente al sí mismo que perdió y busca en el otro su restitución.
La teoría freudiana fundamenta esto en su teoría narcisista del amor.
La vida amorosa repite un rasgo y ese rasgo es aquello que se busca en el otro pero que es del orden del pasado, en tanto eso que Freud llamó elección de objeto repite, precisamente el modelo de la sexualidad infantil y establece las características de aquellas fijaciones establecidas en el camino de la libido.
En este sentido amar es encontrar algo de uno en el otro y este es un punto crucial en la clínica en torno a esos padecimientos que impone el amor. Se ama entonces ese rasgo que el otro encarna, pudiendo hacer referencia a aquello que se repite de la marca infantil. Amar implica atribuir al otro aquello que le corresponde al ideal.
En Psicología de la masas y análisis del yo y análisis del Yo Freud dice que el estado de enamoramiento, se produce una fascinación con el objeto enamorado, lo cual lo lleva a borrarse como sujeto al punto de sacrificar su deseo.
Nunca estamos menos protegidos frente a las cuitas que cuando amamos; nunca más desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor. Es por ello que en el riesgo que asume amar, se pone en juego el fantasma de quedar a merced, siendo una especie de carnada, dice Lacan.
En este sentido el amor contendrá ese orden de lo imaginario y narcisista en la medida en que se ama a alago propio en el amor. En la medida en que el objeto amoroso sustituye al yo ideal.
Ahora bien, ¿qué hay más allá de dicha idealización?
El amor no se trata del don ni de intercambio, esa es su principal ¨razón¨ y el enamoramiento podrá o no abrirle paso al amor. Pero si esto sí ocurre, la falta jugará a nuestro favor.
El amor implica efectivamente algo del orden de la carga libidinal, se deriva hacia un objeto en la medida en que intenta buscar el complemento que el sujeto soporta en la falta, en su incompletud. Pero esta es solo la dimensión imaginaria del amor, que pretenderá hacer de ese objeto amado su complemento.
Pero si amar es dar lo que no se tiene, entonces se rompe el hechizo, y aquella mirada romántica sobre el amor, encuentra su tope bajo la forma de una desilusión. Porque en el amor algo se resiste a la reciprocidad, y no obedece a la lógica del dar para recibir.
Amar implica un desencuentro y no suple la falta.
Se ama conforme a esas marcas inconscientes de la historia en la que nos entrama, se trata de marcas que aún pueden darle cierto lugar al azar.
Ahora les propongo detenernos en otro de los aforismos que Lacan nos presta: Sólo el amor permite al goce condescender al deseo.
Este aforismo nos da una clave que señala una transformación que, por medio de algunas torsiones, podrá poner el goce al servicio del deseo.
Si el goce no es representable, y en cierto punto es aquello que se fuga cada vez, constituyendo la falla de lo real, la cuestión central es pensar cómo puede tras-tocarse algo del goce, por la vía del amor.
La relación entre el goce y el deseo es inherente a un punto máximo de tensión, siendo el amor un medio entre ambos.
Si una de las definiciones del goce es lo traumático, es en la medida en que lalangue marca al ser-hablante estableciendo una relación inseparable entre el goce y el cuerpo.
Pero en tanto habrá un goce que no podrá tramitarse por la vía del falo se tratará siempre de una maldita razón.
Amor, goce y deseo, protagonizan la lógica de este aforismo posibilitando que los dos últimos puedan enlazarse, aunque claro está, no de cualquier modo.
Sólo el amor alumbra lo que perdura, sólo el amor convierte en milagro el barro, dice el trovador.
Dicha transformación no supone una dialéctica, porque no propone una síntesis sino una nueva dirección.
El deseo vale como pérdida, como diferencia absoluta de la inscripción del sujeto en el campo del Otro, indica que aquello perdido es en realidad lo que hace falta, y refiere al objeto de satisfacción, al que no podemos acceder precisamente por la existencia del lenguaje y su malentendido fundamental.
Freud llamó a eso la cosa perdida y al intento de volver a encontrarla lo llamó deseo.
El goce, por su parte, si el deseo se inscribe como un menos, se sitúa como plus, como suplemento, como exceso.
Allí donde el deseo requiere de cierta mediación, el goce toma el atajo, sin límite ni rodeos. También vale aclarar que el goce no es sino Homo, en el sentido de no soportar la diferencia y sostenerse en el corto circuito del Uno.
Será necesario entonces, que algo del goce logre ser acotado para dar lugar a su transformación hacia el deseo.
En la medida que hay una gran distancia entre el amor y el erotismo, el deseo inconsciente podrá brindarnos alguna orientación.
Si partimos de la base de que un sujeto no sabe qué desea, es que solo de manera engañosa cree saberlo, tratemos de pensar qué puede conjugarse entre el deseo y el amor.
No hay falta que otro pueda colmar, y sólo se puede gozar de ese Uno que Lacan postula en el propio cuerpo. Esta verdad viene a ponerle fin a la romántica ideal en torno al amor.
De lo que se trata entonces es de cómo cada sujeto arma una suplencia ante esa falla estructural.
Habrá que hacer un movimiento subversivo respecto del goce para que el amor sea una vía y se anime a perder su virtud. Será preciso conmover al goce del partenaire síntoma, subvertirlo, y esto implica la invención de una versión.
Algo impide el encuentro con el otro, y eso siempre es del orden de lo propio, claro está que eso propio no es propiedad sino usufructo, una especie de ocupa que no podemos expulsar.
No queda otra, nos insta a negociar. Esa negociación no se propone bajo las cláusulas del síntoma neurótico sino bajo la lectura de la letra chica que casi nunca se advierte cuando nos jactamos de que nos han estafado a la hora del amor. La estafa no es tan grave como no leer aquello que se escribe en una llamada de la letra al pie.
¿Qué oferta un analista? En primer lugar su función tal como lo explica Lacan, se dirigirá a ser garante de una pérdida.
El escenario del amor se tramará sobre la transferencia, en cuanto a la relación entre el amado y el amante.
El amante, erastés, se define por estar en falta de algo que desconoce y quiere. El amado, erómenos, guarda un objeto inaccesible que se ama en él más que a él mismo.
Se trata de pasar de la posición del erómenos a erastés. Pero es preciso tener presente que no se trata de un encuentro entre sujetos, de dos, sino de cada quien con lo Uno de lo irreductible. Es por ello que en caso de amor se tratará de dar la falta.
No se ama a sino en, se ama con lo que no se tiene, y es eso lo que se ofrece en tanto soporte de la propia castración. Amar no empuja a gozar.