Angustia y Fantasma

El inconsciente puede definirse como los efectos que ejerce la palabra sobre el sujeto. El inconsciente introduce una subjetividad dividida de su saber y alienada de su pensar: “pienso donde no pienso pensar”.

El inconsciente es entonces un saber a ser producido.  y se presenta bajo la forma de tropiezo.

 

Lacan sostiene que la estructura de la neurosis es esencialmente una pregunta, una pregunta relativa al ser.

 

Ahora bien, si la neurosis es la enfermedad de la pregunta, la función del fantasma será la de obturar, hacer de barrera, ponerle un marco a la angustia que genera la pregunta por el deseo del Otro.

El fantasma cubre la angustia que la falta en el Otro suscita y permite establecer una lógica, cierta seriación del encuentro con el objeto que se presenta al modo de ciertas convicciones para el sujeto.

El fantasma para el neurótico es la realidad dado que éste se hace ser ese objeto con el que recupera un goce perdido por estructura desconociendo la castración del Otro. No obstante, el fantasma no es el único modo que tiene el neurótico de vérselas con el deseo del Otro, con la castración del Otro, sino que también podrá renegar de la misma a través de su síntoma, S(A).

El fantasma es una máquina que se pone en juego cuando se manifiesta el deseo del Otro en tanto enigma. De lo que se trata es del deseo del Otro en la medida en que en el Otro hay un significante que puede faltar, que no puede responder totalmente a la demanda, es decir, que el Otro está afectado por la castración, cuestión que Lacan plantea a través del matema S(A)

Es importante destacar que el objeto a no es lo mismo que el objeto a ubicado en el fantasma.

El objeto a sería aquello que no está al alcance del sujeto, esto quiere decir que hay algo del sujeto que no entra al campo del Otro. Es decir que, hay algo del sujeto que queda por fuera del Otro y queda como objeto, algo no deviene sujeto, algo no se hace sujeto y queda por fuera del sujeto en tanto queda por fuera del Otro. Eso es el objeto a.

La constitución subjetiva es eso, es dejar un resto a la operación. Algo no va a entrar a la cadena significante, algo no se hace sujeto. Algo que no entra al lenguaje y sin embargo opera.

Las consecuencias de situar el corte entre el significado y el significante llevan a distinguir al menos dos sujetos. El sujeto del significado, articulable a la intención de significación y la voluntad de decir, y el sujeto del significante, que surge en el tropiezo con el significante que está allí como obstáculo, como resistencia, un sujeto que no es aquel que cree decir lo que quiere en la medida en que no comanda al significante. Este sujeto es aquel coordinado al corte, al intervalo significante, a la discontinuidad de la cadena, esto es, lo opuesto a un Yo que se ocupa de rellenar lagunas y edificar continuidades.

Es esta pregunta, “¿Quién soy?”, formulada por el sujeto, lo que nos introduce en la estructura del fantasma y que tiene su correlato en el grafo que propone Lacan a través de la pregunta ¿Chez voi?

“El fantasma es una respuesta que el sujeto se da a la pregunta por el deseo del Otro”

Entonces, lo que angustia, es el enigma del deseo del Otro y el fantasma se puede ubicar, como lo que cubre la angustia suscitada por dicho enigma. La angustia emerge entonces cuando hay un desfallecimiento de la cobertura fantasmática en tanto que el fantasma cubre la angustia que la falta en el Otro desencadena.

La función del fantasma sería esta, la de obturar, hacer de barrera, ponerle un marco a la angustia que genera la pregunta por el deseo del Otro. El fantasma cubre la angustia que la falta en el Otro suscita y permite establecer una lógica, cierta seriación del encuentro con el objeto que se presenta al modo de ciertas convicciones para el sujeto. El fantasma para el neurótico es la realidad dado que éste se hace ser ese objeto con el que recupera un goce perdido por estructura desconociendo la castración del Otro.

Aquí debemos plantear una diferencia entre síntoma y fantasma la cual está en relación con otra diferencia, esto es, la que existe entre el significante y el objeto. En primer lugar Lacan situó el final de análisis en relación al fantasma y no al síntoma. Lo ubicó en relación a lo que llamó la travesía del fantasma. El síntoma, en cambio, nos plantea un problema terapéutico, el problema de la desaparición del síntoma, del levantamiento del síntoma. Por ello, la entrada en análisis atañe al síntoma. Es necesario, para que la entrada de análisis se produzca, que se articule el síntoma en la transferencia, en términos freudianos, es necesario que se instaure la neurosis de transferencia. La fórmula del fantasma indica la relación del sujeto con el objeto, con el objeto que él se hace ser en el fantasma, en tanto que se prende de la demanda del Otro, ese identificar la demanda del Otro con su deseo, quiere decir que el Otro le demanda ese objeto a él.

Con ese síntoma, el sujeto se dirige al analista con una pregunta, ¿Qué quiere decir esto? Esta posición incluye un saber, pues supone que el analista detenta la verdad de su síntoma, y de esta forma el analista se incluye en el síntoma, completándolo. Se trata de un saber sobre el goce que está en causa y que viene a mostrar algo de la verdad escamoteada en el síntoma.

El analista no interviene desde afuera: opera con el síntoma desde un punto que no puede suponerse exterior al mismo. La puesta en forma del síntoma bajo transferencia así lo dispone. Esto quiere decir que el sujeto se dirige al analista con un síntoma, en busca de un saber sobre el mismo.

 

El sujeto construye su lugar traduciendo como demanda lo imposible de saber acerca del deseo del Otro, y responde ante ese enigma del único modo posible, armando un circuito pulsional.

Es decir que el fantasma viene a fijar esa relación con el objeto pulsional, fundado a partir del encuentro con el Otro, velando la falta que introduce la castración (operación de lenguaje) y sosteniendo un marco para el deseo.

 El fantasma regula un modo de suplir con una ganancia de placer el menos que la pérdida impuso.

Cuando ese velo se corre, aparece la angustia, denunciando que la función del fantasma queda trastocada, produciendo aquello que Lacan ubicó como señal de lo real que no engaña.

 

La angustia no es sin objeto.

 

Con esta afirmación Lacan distingue sus desarrollos de los freudianos, diferenciando de un modo radical el miedo de la angustia.  Decir que la angustia no es sin, implica ponerla en relación con una presencia y no con una falta. Más aún, guarda estrecha relación con la falta de la falta, en el sentido de referir a cierta presentificación. Esa presentificación es precisamente de un objeto, que señala y toma al sujeto en la angustia, este objeto no está en conexión con algo exterior, sino que proviene de lo más íntimo de sí, aunque eso le resulte ajeno.

El punto novedoso de los desarrollos de Lacan en torno a la angustia estriba en la necesariedad de recurrir a la topología para poder situar una verdadera conceptualización del objeto.

El encuentro con la falta en el Otro, con su castración, le remitirá al sujeto advertir sobre la propia, lo cual marca un punto de imposibilidad al goce, que impondrá una renuncia.

La angustia ilustra el momento fundacional del sujeto y la estructura del fantasma le pone un marco al deseo en la medida en que también fija una modalidad de goce. Esto quiere decir que el deseo no se realiza sino a partir de un determinismo inconsciente. Por tal motivo podemos decir que un análisis implica conmover esas fijaciones.

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