El odio. Un afecto límite.

 

Para comenzar tomaré como ejemplo un modo muy común con el que los neuróticos suelen perderse en los escollos del amor y sus vicisitudes.

Me interesa situar la importancia de diferenciar afectos, deseo y goce para pensar cómo intervenimos los analistas en esos puntos cruciales en que los sujetos quedan atrapados en los atolladeros del fantasma, es decir en los modos en los que sostienen la ficción de la relación sexual.

Una emboscada muy frecuente en la lógica de la vida amorosa es escuchar que algunos pacientes manifiestan quedan atrapados en una aparente contradicción en la ilusoria dicotomía amor-odio.

Entonces podemos escuchar frases como estas: ¨Nos amamos un montón, pero el odio con el que a veces nos tratamos me hace dudar del amor que nos tenemos¨ ¨si tanto nos amamos, ¿por qué nos lastimamos?¨ ¨No sé si nos amamos o nos odiamos¨.

Les propongo tomar como referencia estos pequeños textos para pensar ciertas cuestiones:

En primer lugar, vamos a decir que de cada lectura que se haga podrán abrirse (o no) las vías de lo está en juego en una interpretación. Una de ellas podría considerar al amor y al odio como pares que derivan de los destinos pulsionales, y que uno se transforma en lo contrario, tal como lo planteaba Freud en Las pulsiones y destinos de pulsión. En este sentido ambos corresponden a tintes diferentes de un mismo valor cuantitativo, y la oposición entre ellos es lo que toma una coloratura engañosa.

Otra vía podría consistir en situar la diferencia entre ellos en tanto se los pueda considerar afectos inherentes al conflicto por ambivalencia (en este sentido también se presenta la contrariedad de la contradicción que se somete a la regulación que la represión le impone), leído por Freud como las derivas resultantes de las mociones pulsionales edípicas.

 

Ahora bien, si nos centramos en determinadas palabras tales como: ¨un montón¨, ¨tanto¨ y ¨o¨, es posible otro sesgo de lectura que va más allá de lo aparentemente contradictorio y que sitúa un entre en aquellos modos de decir los afectos, abriendo paso a una lectura en el orden de lo que podemos llamar una conjunción.

¿Podría el odio hacer de límite al amor?, ¿podría el amor encontrar en el odio una función de medida?

Lo planteo de este modo para decir que no alcanza leer el amor y el odio en torno a la perspectiva de los afectos como destinos pulsionales, sino que en este caso es importante destacar que el odio, a veces es un llamado a la medida, siendo que, de otro modo, el amor es lo que se vuelve desmedido.

Hay amores que matan, amores intensos desbordados, que acuden al odio como barrera ante el amor. Pero entonces, ¿de qué amor se trata? Esta pregunta tiene como finalidad responder si un amor es verdadero o no, o si el odio lo contradice, sino que la cuestión que pretendo situar es que a veces, ese entramado entre afectos, deseo y goce se presentan en las formas bajo las cuales lo que no hace relación, pone en juego un amor loco, sin mesura, y el odio intenta frenar las embestidas de un amor sin medida.

Lo que me interesa resaltar en este desarrollo es que hay otras lecturas que nos permiten salir de la encrucijada de la contradicción que las versiones imaginarias del amor y el odio presentan en los dichos de ciertos pacientes. Y una lectura posible se abre a partir de la dimensión paradojal en tanto el odio, entendido aquí como un afecto disruptivo, deviene el último bastión en defensa ante el trasvasamiento de un amor feroz, cuya intensidad requiere del auxilio del odio como mediación y medición.

El odio puede ser el último peldaño que anuncia y denuncia el goce que encierra una versión fatídica del amor.

Ante lo ilimitado y peligroso del amor, hay veces que el odio se impone como llamado a establecer una diferencia absoluta, poniendo en juego la razón (en su sentido más radical), siendo aquello único que al amor le funcione como resta.

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