El trabajo analítico, Fin finales y orientación. El acto analítico entre saber y verdad.

Para comenzar haremos un repaso por las ideas freudianas fundamentales, nos referimos al fundamento de sus praxis.

     En sus desarrollos acerca de la causación de la neurosis y en la etiología de los síntomas, el concepto fundamental es el de represión. Y a partir de este último su articulación con la pulsión y su satisfacción.

      Para Freud, la hipótesis fundamental de la formación de síntomas radica en un factor económico, en la medida que la represión, es decir, denegar o frustrar una satisfacción pulsional por ser inconciliable con el yo, se lleva a cabo, en la medida en que el displacer emanado por dicha satisfacción fuera mayor que el placer de lograrla. De este modo, conceptos como pulsión, satisfacción, represión y yo, junto con las nociones de inconciabilidad entre instancias, economía y cantidades, son fundamentales para articular y desarrollar la lógica freudiana en el desarrollo de la formación del síntoma y por ende a lo que concierne su método de curación.

      El método freudiano está basado en:

  • La asociación libre como modo de levantamiento de las resistencias, forma de esquivar la represión y hacer consciente lo inconsciente.
  • La función del analista a partir de su correspondiente atención flotante sería, la de interpretar, traducir el material, y construir el material al que el síntoma se ofrece como sustituto.
  • La causa de la enfermedad se relaciona, para Freud, con un yo debilitado del enfermo.

      El método freudiano fundamenta entonces, el saber del inconsciente en la relación de inconsciente a inconsciente entre el analista y el analizante en la cual es saber del primero permite establecer los nexos que abrirán paso al saber no sabido del segundo.

     El método analítico freudiano se lleva a cabo en torno a la transferencia, planteada como el escenario en el que se desarrolla la cura, se presenta como la actualización sobre la figura del médico de los complejos reprimidos del paciente, en la medida en que ella presenta de modo actuado, un pasado olvidado, en el sentido de la represión, que, en lugar de recordar, se hará presente por la vía de lo actuado. Así es como para Freud se trata de sustituir la neurosis ordinaria por una neurosis de transferencia.

     Desde el punto de vista de Lacan, La neurosis (y con ello hacemos fundamental referencia al padecimiento subjetivo), construye una respuesta ante la falta del Otro, el deseo, su castración, aquello que constituye nuestro encuentro con la falta fundamental de la ex(sistencia) del sujeto.

     Podríamos preguntarnos si ese límite de lo interpretable, que para Freud fue el límite rocoso subyacente, nos acerca, de algún modo, a lo que podríamos pensar como un límite mismo en los desarrollos de Freud en torno a la cura.

Entonces ¿Cómo ubicamos los desarrollos de Lacan al respecto?

     Lacan va a posicionar duras críticas a los desarrollos de los llamados posfreudianos, y es precisamente en esa medida que propone retomar el desarrollo de Freud.

     Algunas críticas que Lacan desarrolla acerca del psicoanálisis después de Freud, fueron:

  • La Identificación con el analista
  • Evolución psicosexual genital, madurez genital y la teoría de la libido enlazada a ciertas etapas apuntaladas en el desarrollo biológico.
  • La idea de un Yo autónomo

     A partir de los puntos anteriormente citados podemos pensar la dirección de una cura, su propósito y su finalidad, desde la perspectiva de la propuesta de Lacan.

     La posición del analista, en este sentido, va a estar en las antípodas de la posición ideal superyoica en la que se convierta en un modelo a seguir y con el cual identificarse. Esto mismo es lo que llevó a Lacan a criticar la clínica sostenida en la vertiente imaginaria, o en las “imagos identificatorias”, cuestiones cruciales de las que dependerá la dirección de la cura y el manejo de la transferencia.

     Si abrimos la vertiente de lo que se le pide a un analista, Lacan plantea que a éste se lo ve y ubica como un hombre feliz, y que se le pide lo que se le supone tener, formulaciones éstas que desarrolla en la vertiente de la transferencia y relación con el amor. En este sentido la propuesta de Lacan tendrá que ver con:

  • La caída del SsS
  • La posición del analista como semblante de objeto causa del deseo.

     La importancia radica entonces, en el deseo y propone una ética en torno a ello, es decir una ética a partir de una función que llamó deseo del analista. En el punto 5 de la dirección de la cura, así como en el seminario 6 y en la Proposición del 9 de octubre Lacan critica fuertemente la identificación como la salida de un análisis y también critica el desarrollo de una parte sana del yo. Insiste entonces con las formulaciones de la caída del saber y la destitución subjetiva.

     Entonces hay dos grandes vertientes en las cuales Lacan va a fundamentar el fin (incluso como finalidad) del análisis:

Destitución subjetiva y caída del sujeto supuesto al saber.

     Sujeto Supuesto al saber y posición del analista:

     Lacan explica, en diferentes momentos de su enseñanza, que la transferencia se instala en función de un saber, en función de un saber al que hay que suponerle un sujeto, y no al revés. Esto quiere decir que es inherente a toda interrogación acerca del saber.

     El SsS es inminente al inicio mismo del movimiento de la investigación analítica.

     En el seminario 17 dice que no es el analista el ubicado en función del SsS. Lo que se le pide al psicoanálisis no es lo que concierne al SsS. No se trata de una demanda de saber, no se trata del saber que se le supone al analista. Se trata de un saber (que es el OTRO con mayúscula) al que se le supone un sujeto.

     Se trata entonces del sujeto de ese saber, y es esta la apuesta fundamental que hace el analista con sus intervenciones. La apuesta del analista tenderá a ubicar ese saber desplegado en la medida en que a ese saber le corresponde a un sujeto. Ese sujeto no está antes, es el saber el que se presenta de entrada como saber del A (Gran Otro) y, la apertura del análisis apuntará a la emergencia del sujeto que está en juego en ese saber.

     Lacan hace referencia (en el seminario 6 por ejemplo), a que el Otro sabe, pero el Otro como lugar del saber, no se trata de “alguien que sepa”.

     Asimismo, en el seminario 16 Lacan dice que el acto psicoanalítico, desde sus comienzos ha sido incitar al saber. Esto quiere decir que hay Otro en el que el saber se instituye.

La transferencia inaugura el sujeto supuesto al saber, entonces es el analista el que debe poner eso en cuestión.

     La posición del analista sostiene e invita al encuentro con el saber que debe conducirlo a la verdad. En este sentido el OTRO, es ese lugar donde el saber está articulado, porque se trata de un saber articulado como un lenguaje, un saber articulado al significante, mientras que la verdad, dice Lacan, es aquello que habrá que arrancarle a ese saber. En la medida que la neurosis es esclava del saber, del saber como absoluto de lo UNO, las intervenciones del analista invitan al despliegue, a la emergencia del sujeto anclado y sujetado a ese saber que, en el curso de un análisis irá cayendo para ceder paso a la verdad. La perspectiva de Lacan es no tomar ese saber como absoluto, porque el analista opera en el campo del saber, debiendo rechazarlo en su carácter de absoluto, porque de lo que se tratará es de su destitución.

Desde la perspectiva Lacan ponemos el acento en la reducción del fantasma a la pulsión, movimiento que permitirá que el sujeto se identifique con su síntoma. A esto hace referencia cuando dice que el sujeto se identifique con lo más real del síntoma. El sujeto, al final, ve abolirse como sujeto, realizándose como deseo.

     La diferencia entre saber y verdad nos marca el camino, en la medida en que la verdad aparecerá allí, en el tropiezo del saber, ya que refiere al goce, a lo real, más allá de lo articulado como saber, pero es imperioso que ese saber se desande, se destituya. La función del analista es abrir el despliegue del saber que deja al sujeto bajo el yugo alienante de un padecimiento que lo mortifica y que es imperioso hacer hablar para que el saber abra paso a la verdad del deseo.

Es en esta perspectiva que nos interesa realizar una articulación en torno a la noción de vacío, tal como aparece desarrollada en el marco de la filosofía oriental (comenzando por el Taoismo hasta la conformación de la llamada Filosofía Zen), particularmente en sus principales formulaciones, considerando que las mismas han influido de manera notable en los desarrollos y la enseñanza de Lacan.

Nos proponemos articular las nociones de vacío, estableciendo el fundamento del vacío como motor original del acto de creación.

En el pensamiento chino, la noción de vacío rige, en sí, multiplicidad de prácticas, poéticas, pictóricas, pictográficas y marciales. Dicho pensamiento ha influido, además notablemente en la caligrafía, así como en múltiples prácticas de la cultura oriental en general, entre las cuales también se destaca la música y la práctica corporal.

El propio vacío, lejos de ser sinónimo de impreciso y arbitrario, es el lugar interno en el que se establece la red de los alientos vitales. Ahí se asiste a un sistema que actúa por integraciones de sucesivas aportaciones más que por rupturas… al encarar lo uno y lo múltiple en la medida en que se identifica con el propio Aliento original y con todas sus metamorfosis, no contribuye menos a esa permanencia de una práctica significante inagotablemente perseguida. (cita de F. Cheng, 2012, p. 59)

En la óptica china, el vacío no es, como podría suponerse, algo vago e inexistente, sino un elemento eminentemente dinámico y activo (…) constituye el lugar por excelencia donde se operan las transformaciones, donde lo lleno puede alcanzar la verdadera plenitud. (Cheng, 2012, p. 68)

Es en la pintura donde se manifiesta su fundamento de manera más acabada. Así, el vacío se manifiesta no sólo en la superficie en blanco, sino también, en el espacio pintado que delimita un espacio entre elementos (por ejemplo, entre la montaña y el agua, el vacío circula representado en la nube). Aquí la idea es que el vacío se constituye como ruptura del desarrollo continuo, es decir que destaca el aspecto discontinuo de su función.

Estos procedimientos, por la discontinuidad y la reversibilidad que engendran en la progresión lineal y temporal del lenguaje, revelan el deseo de crear una relación abierta de reciprocidad entre el sujeto y el mundo objetivo, de transformar también el tiempo vivido en espacio viviente. (Cheng, 2012, p. 69)

La versión del vacío que nos interesa destacar es la que permite articular vacío y empalme, se trata de la discontinuidad que posibilita establecer un punto de encuentro entre territorios que, de otro modo quedarían divididos en opuestos. No se trata de un vacío como nada, sino como función activa (Cheng 2012), en el que cada cosa realiza su identidad y su alteridad.

Nos interesa situar al vacío en su relación con el inconsciente y con ello queremos hacer referencia a conceptos como sujeto, objeto, saber, goce y pérdida.

Cualquier experiencia del inconsciente se sostiene en la idea de un vacío fundante y fundamental y, desde allí, la experiencia de un análisis, en la medida en que este supone, entre otras cosas, la existencia de un sujeto en torno a un saber articulado, también nos convoca a pensar en la posición del analista, en la medida que su función apunta a un saber en tanto que vaciado, en este sentido se trata de un saber que culmina en el vaciamiento del sujeto sabido y con él su destitución.

La articulación entre el sentido y lo que está fuera de él, y la vía a través de la cual proponemos pensar el lugar del analista como medio, en ese espacio formulado como vacío, como ese territorio entre la montaña y el cielo, que, no era nada, sino nube, ese lugar permite ubicar desde la noción del corte oriental al que aquí hacemos mención, y la que tomamos para desarrollar dicha influencia en la manera de Lacan de pensar el litoral entre lo real y el sentido como empalme discontinuo que se funde en el vacío que los articula, como modo de unir (hacer-del-uno) dos elementos que, de otro modo, no podrían mantenerse juntos.

Nos proponemos pensar el lugar del analista como ese lugar de vacío central, en el litoral de la división entre el terreno del sentido y el terreno de lo que no lo tiene, es decir, lo real.

Los últimos seminarios de Lacan han dado cuenta de su búsqueda por encontrar un lugar para la letra, pero este lugar podemos cernirlo a su vez en una doble vertiente, la letra que produce el agujero en el sentido, que cava un surco en lo real y perfora, y, por otro lado, la letra como traza del objeto. Dicho de otro modo, Lacan (1988) nos enseña que entre saber y goce hay un punto de empalme, un litoral, un borde que permitirá separar la letra del saber, diferencia fundamental entre los efectos llamados de sentido y el lugar del goce.

La conceptualización de la letra como litoral es una de las versiones del vacío desarrolladas en el fundamento del pensamiento chino que, en este sentido creemos, ha marcado una fuerte influencia en los desarrollos de Lacan.

Un analista con su acto marca un antes y un después, introduciendo de una discontinuidad, en la medida en que el acto acontece en una temporalidad no lineal, por ser la del instante, determinando un tiempo como no tiempo, como un devenir que se entrama, hundiendo la traza en el vacío de lo real, al mismo tiempo que ese real es origen como traza.

Un vacío que se vale de la pérdida de su consistencia, como el sujeto que, en el recorrido de un análisis va perdiendo sus objetos en el sentido de un vaciado. No se trata entonces, del vacío como pérdida, como falta, y este es un punto crucial, precisamente porque en la vertiente de la creación, de lo que se trata es del vacío como creador, productor. Es en el vaciamiento en el que radica el plus que se origina como creación.

Un análisis abre la posibilidad de que un analizante se haga poema, en la medida en que realice una invención que inaugure un sentido nuevo.

De este modo, podemos establecer una delimitación del acto como lo que produce un agujereamiento en el campo del sentido, punto en que la verdad se ubica en el borde del sentido, más allá de él. Es el analista el que con su acto introduce el vacío. Se trata de un decir hacer, está vinculado a lo real, un decir que se articula a la verdad, esa que ex (siste) y se entrama y se hace trama con el goce. Entonces el vacío (raíz de la relación sexual que no hay), promueve, acto analítico mediante, captar la existencia más allá del saber, y fuera del sentido, una invención con lo real.

 

 

Bibliografía:

Cheng. F. Vacío y Plenitud. Ediciones Siruela. Madrid, 2012

Freud, S., La interpretación de los sueños, Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires 1989

Freud, S., La represión, Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1989

Freud, S., La dinámica de la transferencia, Amorrortu, Buenos Aires, 1989

Lacan, J. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos II, Siglo XXI, 1985

Lacan J., “Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis”, Escritos I, Siglo XXI, 1985

Lacan, J., El deseo y su interpretación, Seminario 6, Buenos Aires, Paidós, 2014

Lacan, J., El acto psicoanalítico, Seminario 15. Inédito

Lacan, J., De Otro al otro. Paidós, Buenos Aires, Seminario 16, Buenos Aires Paidós, 2008

Lacan, J., El reverso del psicoanálisis, Seminario 17, Buenos Aires, Paidós, 2012

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